Suficiente identidad, demasiada: el top rebel del anarcofeminismo
por María Nadie*
“En este infierno dorado adorado negro despídete
m/i muy hermosa para m/i muy fuerte m/i indomable
m/i sabia, m/i muy feroz m/i muy dulce m/i amada
de lo que ellas llaman el afecto la ternura o el gracioso abandono.
Lo que aquí ha sucedido, ninguna lo ignora,
no tiene hasta nombre…”
Monique Wittig
Creo que ya no quiero identidad. No me defino como rebelde porque definirse es lo menos urgente y lo que declare no tiene importancia. No me defino como mujer, pero lo más importante, no me defino como degeneradx. Aún no acabo de entender a qué viene todo esto de la destrucción del género, hay toda una moda con esto del anarcofeminismo de andar proclamando a los cuatro vientos que hombres y mujeres ambos somos víctimas del patriarcado, ese monstruo poliforme que pareciera habitar (nos) subterráneamente y que nadie se atreve a definir porque aun en nuestra pataleta rabiosa queremos ser políticamente correctxs. Sucede que cuando un concepto está en todo y todo remite a él, es igual que si no existiese, yo prefiero callar algo que no tiene utilidad más allá de prestarse para administrar las culpas: la opresión somos nosotrxs y no tenemos culpa, tenemos cuerpos (nos guste o no) políticamente marcados por una identidad sexo/genérica tras la cual no hay nada. No hay una humanidad esperando ser liberada ni una persona humana inteligible fuera del género y sexo, otra cosa es que el sexo y el género sean naturales. Propongo que pueden ser carnavalizados, plastificados y moldeados. La heteronorma proscribe la incoherencia, intenta descontinuar las fallas tecnológicas que suponen aquellos cuerpos ingobernables, aquellos géneros monstruosos, es hora de celebrar un kilombo de lo innombrable, no como una identidad si no justamente como una vorágine imposible de detener, en la que probemos todos los vestidos, todos los bocados, huyamos de ser identificadxs, clasificadxs, convertidos en el público objetivo de la nueva línea de vestuario para degeneradxs. Beatriz Preciado lo dice bastante bien en su manifiesto contra-sexual: La historia de la humanidad se vería bastante beneficiada en llamarse historia de las tecnologías, nada hay detrás de ellas y haríamos bien en apropiárnoslas. Degenerar no puede ser fabricarnos una identidad de degeneradxs, ¿libres de qué por no depilarnos? ¿Cómo se viste una persona libre del género, qué música escucha? ¿Come carne?
Por otra parte, no voy a insistir en hablar de feminismo, si fuera pastora evangélica tampoco intentaría convencerles de la buena nueva. Degenerar (como verbo no como adjetivo) lo entiendo como una de las tareas del feminismo sea cual sea el apellido que prefieran ponerle. Pero esta insistencia, como queriendo demostrar lo anarquitos que somos, en que el feminismo vale hongo y la opresión es paritaria (¡!) me da náuseas (políticamente poco correctas, un poco antiestéticas). Todavía existe en ciertos lugares del mundo la costumbre de que los hombres simulen los dolores de parto mientras la mujer los sufre, siendo incluso reconfortado por su comunidad. Me parece que es una figura bastante ilustrativa (a modo de caricatura) de esta moda de andar comparando la prescripción del llanto masculino con la mutilación del clítoris, la enajenación del vientre, este extraño permiso para asesinar mujeres (sean dueñas de casa buenas y mártires o putas sin nombre ni tumba propia). Hemos encarnado la opresión en nuestros cuerpos; seamos pues, transformers, monstruos, cyborgs contra-sexuales. El género y el sexo nos oprimen, hagamos mofa de ellos. Pero no nos contemos cuentos de una liberación sexual despolitizante, ni de una supuesta paridad en la opresión: tenerlo chico o flácido, ser débil, llorón, son reflejos de que hay una opresión para todxs, que pueden miserabilizar la vida y que es necesario hacer explotar. Pero no ganamos puntos en el top rebel por despojar a las mujeres de las herramientas de lucha que han logrado construir (lo que no quiere decir que esté prohibido cuestionarlas). Tampoco quiero ser vista como una víctima. Esto se trata justamente de una lucha de poder en la que me empeño en resistir. Definitivamente no quiero una identidad. Ni de chica rebelde ni de open-mind ni de tierna, delicada o amorosa, ni de ruda, ni madre tierra ni medea come wawas, quiero ser un transformer que devenga todo eso y más. Prefiero ser un cyborg que una diosa, decía Donna Haraway. Y yo no tengo nada más que agregar.
* Maria Nadie ha sido hija, hijo, cartero, grabador de libros para ciegos, un intento investigadora social, granjera urbana, basurero (no como accion, sino como objeto), activista anonima de causas inmorales, escritor de cosas que solo a ella le importan, vendedora de multitiendas transnacionales y otros oficios inconfesables. Se supone que en la actualidad estudia Sociologia en la Universidad de Valparaiso. En este momento debe andar por las calles divagando con respecto a lo que no quiere ser y lo que no quiere hacer.
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